En 1993, casi siete millones de rusos tenían dependencia al alcohol. Hasta tal punto, que llegaban a ingerir colonias, callicidas o desodorantes. Ellos aludían a la cultura, la tradición y que incluso tomarse una copita era un factor de integración. Pero la realidad es que tras la botella se ocultaban problemas sociales y morales. Muchos intentaban desintoxicarse. Algunos lo conseguían. Hace 20 años, Informe Semanal retrataba esa parte decadente de la sociedad rusa, sometida la imperio de la ley del vodka.
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